[Crítica] “Memoria”: Musicalidades posdramáticas y el acto de recordar

En esta tercera obra de la compañía Teatro Anónimo, liderada por Trinidad González, se puede evidenciar ciertas constantes ya planteadas en sus anteriores montajes (“Carnaval” y “Espíritu”), respecto a una idea más o menos consolidada de puesta en escena. El uso de un lenguaje poético que instala ideas más que acciones narrativamente organizadas, un cierto minimalismo de decorados e iluminación, una disposición de elementos en los bordes de escena y el uso cada vez más diegético y performático de la música.

Estas modalidades dan cuenta, para bien y para mal, de una vocación posdramática que tiende a superar el estrecho concepto de representación por una autoconciencia de una idea amplia de “actuación”. En ese sentido, las obras del colectivo liderado por Trinidad González cosen desde los bordes de una experiencia teatral, un recorrido marcadamente deconstructivo de sus significados.

“Memoria” es, en ese camino, la obra en que más nítidamente se observan estos rasgos. Definida por su autora como “diversos cuadros fragmentados [que] se van mezclando como una especie de collage en escena”, se origina a partir del fallecimiento de su padre y los mecanismos de la memoria a través de un viaje poético entre la vida y la muerte, entre los cuerpos ausentes y los presentes. La secuencialidad de las escenas asemeja un flujo de conciencia escenificada en que discurren los diferentes momentos de ese impulso recordatorio: aparece el padre, se pregunta qué hace allí, luego regresa a la juventud; un peumo le revela secretos ancestrales a un niño, una montaña enseña a los hombres la sabiduría del tiempo.

En este abandono del sentido representacional de las escenas, la obra se expone como un dispositivo que se piensa a sí misma en términos escénicos: la actuación autoconsciente (la escena del caballo moribundo) y los mecanismos de su construcción son presentados abiertamente, y en esa libertad de desplazamiento es donde cae también en los excesos propios de una organización que, de tan descentrada, tiene problemas para encontrar su timing justo, su sentido del ritmo para concluir adecuadamente una escena. Y en ese sentido, la música cobra una importancia crucial ya que cumple una función articuladora que es tanto escénica como diegética.

El trabajo de Tomás González (hermano de Trinidad), ya conocido por sus imaginativos recursos músico-escénicos en los anteriores montajes, se erige aquí como el organizador de sentido que diagrama espacialmente el escenario con los instrumentos y micrófonos puestos a ambos lados del escenario (un recurso ya omnipresente en las puestas en escena posdramáticas del medio), y en que define un tono evocador de mayor calidez que las ideas escénicas propiamente tales. De apariencia sencilla en su musicalidad, las canciones de Tomás van tejiendo de manera muy sutil el manto alegórico con que ser recuerda el pasado, instalando sensaciones de una lejanía cómoda y amable, emotiva en la recuperación de imágenes de una historia anclada entre el recuerdo familiar y la armonía con la naturaleza.

La contradicción se instala en la medida que las decisiones de puesta en escena de la directora apuntan, como vimos, a autorreflexionar sobre su propio desplazamiento de lo que Lehmann llama “un giro des la representación a la actuación” pero que, en su propia evocación de un pasado y un duelo que es personal, se aprecia algo frío y con dificultades a cerrar antes que el procedimiento supere a la exposición de las ideas.

Allí es donde la música de Tomás González se erige poderosa en su apego a la cualidad telúrica del “relato”, reivindicando un territorio físico y mental, así como una ausencia que es luto, pero también sabiduría. De cierta manera, las cualidades “performáticas” que Tomás (apoyado por el resto del elenco) utiliza en su ejecución, redireccionan el sentido del montaje hacia un espacio más lúdico y amable que plantea un desafío interesante a lo expuesto sobre la condición posdramática, en la medida de su desplazamiento de un centro dramático hacia un territorio más abierto y errabundo. Tomás G. tiene algunas de las escenas más lucidas de la obra, y en esa combinación entre “el performer y el instrumentista”, con todas las amplitudes y posibilidades que entrega, se dan los puntos altos del montaje.

Este uso de la música como organizador de la puesta en escena (así lo quiero sostener), parece presuponer una “amplitud dramática” de las posibilidades y estéticas de la práctica teatral (citando nuevamente a Lehmann), que no niega lo dramático, sino que lo integra en un abanico de posibilidades que convierten al montaje en una experiencia emotiva, personal y colectiva, sobre el acto de recordar. Y al trabajo musical-performativo de Tomás González, en la mitad creativa de este proyecto teatral.

Memoria. Jueves a sábado 20:00 hrs. hasta el 2 de septiembre, en Teatro La Memoria (Bellavista 0503, Providencia).

Dramaturgia y dirección: Trinidad González

Elenco: Matteo Citarella, Nathalia Galgani, Tomás González, Trinidad González

Música original en escena: Tomás González

Diseño integral: Nicole Needham

Asistencia de dirección: Nathalia Galgani

Producción: Horacio Pérez

Comunicaciones y diseño gráfico: Fogata Cultura

Fotografías: Daniel Corvillón

Proyecto realizado con el auspicio de Fondart, convocatoria 2023

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